"Expectativas"

por Rubén Lago

Vivimos en un mundo globalizado, en donde el ritmo vertiginoso de la OFERTA se muestra delante de nosotros generando permanentemente nuevas expectativas.

Todos tenemos expectativas, muchas expectativas; ¿son buenas las expectativas?
La primera respuesta que nos viene a la mente es que no podemos vivir sin tener expectativas, no podemos conformarnos meramente y quedarnos en la mediocridad, en la “seguridad” de lo “archiconocido”. Sin duda esto es cierto, muchas veces hemos leído un conocido pasaje en Romanos 12:2
“... no os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento...”

Si bien tenemos claro que no debemos “conformarnos”, hay un gran peligro sutilmente escondido en las expectativas. Cuando nuestras expectativas son demasiado específicas pueden llevarnos a cometer errores graves. Para citar un ejemplo podemos hablar de las expectativas que tenía el pueblo judío acerca del Mesías hace más o menos dos mil años.
Ellos esperaban un rey como David, con toda su majestad y nació un niño en un pesebre.
Ellos esperaban alguien que les hiciera justicia y él enseñó a poner la otra mejilla.
Ellos esperaban alguien con poder que los liberara de la opresión romana y él enseñaba a orar por los gobernantes.

Ellos esperaban, y esperaban con fundamento según las palabras del profeta Isaías (64:1-2) “¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras, y a tu presencia se escurriesen los montes, como fuego abrasador de fundiciones, fuego que hace hervir las aguas, para que hicieras notorio tu nombre a tus enemigos, y las naciones temblasen a tu presencia!”

Tan específicas fueron sus expectativas que el Mesías vino y no le recibieron.
¿Cuáles son mis expectativas sobre los hermanos, sobre mi cónyuge, sobre mis amigos, sobre la iglesia, sobre el Mesías? No tendré expectativas tan específicas que pueda sucederme a mí lo mismo que a la mayoría de los judíos en la época de Jesús. Si la iglesia, como dice Pablo, es el cuerpo de Cristo, yo debo ver a Jesús en cada uno de mis hermanos. Según escribe Dietrich Bonhoeffer:

Dios no creó a mi prójimo como yo lo hubiera creado, no me lo dio como un hermano a quien dominar, sino para que a través de él pueda encontrar al Señor que le creó. En su libertad de criatura de Dios, el prójimo se convierte para mí en fuente de alegría, mientras que antes no era más que motivo de fatiga y pesadumbre.

Dios no quiere que yo forme a mi prójimo de acuerdo con la imagen que me parezca conveniente, es decir, de acuerdo con mi propia imagen; al contrario, sino que él lo ha creado a su imagen independientemente de mí. Nunca puedo saber de antemano cómo se me aparecerá la imagen de Dios en el prójimo, adoptará sin cesar formas completamente nuevas determinadas únicamente por la libertad creadora de Dios.

Esta imagen podrá parecerme insólita e incluso muy poco divina, sin embargo Dios ha creado al prójimo a imagen de su Hijo, el Crucificado y también esta imagen me parecía extraña y muy poco divina antes de llegar a comprenderlo”.

Al ser tan específico en mis expectativas puedo estar cerrando toda posibilidad a Dios de que se manifieste de forma diferente a través de mi hermano.
No debemos, entonces, renunciar a las expectativas, pero sí velar para que no nos impidan ver a Jesús.

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis; en la cárcel y fuisteis a verme”. Entonces los justos le responderán diciendo: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?”. Respondiendo el Rey, les dirá: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”. Mateo 25: 34-40
 


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