La crisis de la familia, inicio de la crisis social
Según el filósofo y político Rocco Buttiglione
SANTIAGO, lunes 24 de noviembre de 2008 (ZENIT.org).- El comienzo de la crisis
de la familia es el principio de una crisis social más extensa, afirmó el
filósofo y político italiano Rocco Buttiglione en las páginas del último número
de Revista Humanitas (www.humanitas.cl).
Su texto corresponde a la conferencia que pronunció en el claustro de la
Universidad Católica, en Santiago, para la inauguración del "Centro UC para la
Familia".
"Siempre los jóvenes han criticado a la autoridad y han chocado con sus padres.
Pero se dio raras veces en la historia que los padres eludieran su deber y
renunciaran por cobardía a su misión. Mitscherlich y Van der Does de Villebois
fueron los primeros en llamar la atención sobre el riesgo de una sociedad sin
padre, en la que los jóvenes varones no interiorizan los valores fundamentales
de la virilidad, no aprenden la belleza de cuidar a una mujer y de los hijos
generados con ella", dice el académico, quien es miembro del Consejo de
Consultores y Colaboradores de la Revista Humanitas.
En su texto, el autor comienza por explicar que el amor es un acto de voluntad,
que contiene la decisión de resistir ante las pruebas de la vida y el amor.
"Podríamos decir que el amor es un enamoramiento aprobado y sancionado por la
razón. El amor no es (sólo) un estado emocional, sino que es la decisión de
poner su propia vida al servicio del cumplimiento de la vocación de la persona
amada en la verdad y el bien", señala.
En la relación del hombre con la mujer, explica, el amor hace que la persona ya
no pueda definirse a sí misma, sino sólo a través de la persona amada, "somos el
uno en la otra y el uno para la otra". De esta manera, afirma que aunque el amor
contenga muchas penas y problemas, nada hace a la vida más plena como amar y ser
amado.
"El amor genera una nueva vida. Aunque esta eventualidad en general está
presente sólo vagamente en la conciencia de los amantes, el hecho de que los
actos sexuales nazcan niños no es sólo extraordinariamente importante para la
sociedad, sino que contribuye de manera decisiva para dar forma al amor del
hombre y de la mujer", explica.
De ahí, advierte, la diferencia entre el enamoramiento y el amor. Mientras el
primero es sólo un estado emocional, el segundo responde a un acto de voluntad.
"El amor conyugal asume concientemente el deseo sexual, y sus consecuencias en
la generación de los hijos, y ofrece su apoyo para que se cumpla el destino,
propio y del otro, de convertirse en padre y madre, de ser padres", dice.
Es por esto, que, señala Buttiglione, un "simple" estado emocional como el
enamoramiento no es suficiente para generar a un niño, como lo es, en cambio, un
amor conyugal estable y fiel, puesto que en este último prometemos nuestro amor,
atención y felicidad tanto en "la buena como en la mala suerte".
"Es claro que cuando nos prometemos mutuamente amor y felicidad para toda la
vida hacemos algo extremadamente arduo. ¿Quién puede pensar que tiene en sí la
fuerza moral suficiente para estar seguro de qué mantendrá este compromiso ante
las imprevisibles vicisitudes que la vida nos depara?", advierte el académico, a
lo que se responde que "es por esto que los creyentes confían a Dios la
esperanza de una promesa cuyo cumplimiento puede asegurarse sólo con su ayuda".
Respecto a los hijos, el político italiano explica que la crianza y educación de
un niño "es una tarea ardua", por lo que siempre será mejor la presencia del
varón conciente también de su responsabilidad.
"En los primeros meses de vida, el niño reconoce a su madre: se ha acostumbrado
por nueve meses al latido de su corazón. En cambio, el recién nacido no
reconocerá a su padre: es a través de la mediación de la madre que el padre es
reconocido como padre por el niño", manifiesta. La madre, generalmente, es la
encargada de dar "seguridad" al niño, mientras que el padre será quien,
habitualmente, le enseñe el sentido del "deber".
"Por lo tanto, el rol masculino y el rol femenino se diferencian por razones
naturales y funcionales", señala. Aunque la distinción no es rígida y va
cambiando con el tiempo y el espacio, la diferencia es necesaria para "sostener
el proceso de la educación. Además que la diferenciación tiene una base natural
en la estructura biológica del hombre y la mujer", manifiesta.
Buttiglione se pregunta acerca de si es posible una civilización que rechace el
don de la feminidad, que eluda la tarea de preparar a las mujeres para ser
madres. "Cuando ocurre, la sociedad se consume y muere", se responde. Y agrega:
"En general, esto ha marcado más el destino y decadencia de grupos dirigentes
reducidos como en la crisis final del Imperio Romano. Pero en nuestra época el
fenómeno cobra una dimensión de masas y amenaza la supervivencia misma de
nuestra cultura", advierte.
En la cultura feminista, ejemplifica, la concepción, que es la esencia de la
feminidad, es vista como negativa. Asimismo el rol del padre, agrega, que
también ha sido cuestionado mediante la demonización de la autoridad.
La crisis de la familia afecta, en consecuencia, a toda la sociedad, debido a
que "el ideal de fraternidad humana, de todos los hombres, sería inconcebible de
no existir la experiencia misma de la familia". Buttiglione en su texto expone
que la familia es el principio de unidad de los seres humanos, en donde la
unidad no nace de la opresión, sino de la entrega mutua de reconocimiento,
libertad y amor.