Algunas definiciones sobre educación sexual

por Guido Micozzi

 

Cuando hace unos cuántos años dimos una charla de educación sexual para padres en la escuela primaria donde concurrían mis hijos, alguien se acercó bastante enojado y me dijo: “¡Yo vine para que ustedes me dijeran como tenía que enseñar a mi hija a tener relaciones sin riesgo, pero ustedes no han hecho eso!”.
Lo que hace años fue un episodio aislado es hoy el sentir que anima a la mayoría de los adultos cuando se habla de enseñar educación sexual a niños y adolescentes.

Recogiendo las vivencias de algunos jóvenes y adultos de nuestras comunidades al verse involucrados profesionalmente o por sus relaciones naturales con otras personas, me parece percibir que necesitamos dar una orientación pastoral sobre el tema.

La educación sexual es momentáneamente un tema vigente. Ha servido para que los medios ataquen concretamente a la Iglesia católica, tildándola de retrógrada, insensible y con escasa capacidad para adaptarse a los cambios que la sociedad requiere. La iglesia evangélica no ha sufrido la misma suerte, sea porque no tiene la misma exposición a los medios o porque se hace difícil consensuar una postura unánime.

Pero en la práctica, nuestros hermanos se ven frecuentemente en la obligación de adoptar posturas y definiciones.
Como las circunstancias apremiaron, me he visto en la obligación de expresarme más allá del ámbito de nuestra comunidad local y he debido fijar algunas pautas, especialmente para los jóvenes que salieron en vacaciones de servicio hacia la comunidad.

Las cuestiones más frecuentes que se plantean respecto a la educación sexual son las siguientes:
 

¿Debemos enseñar el uso del preservativo cuando nos toca hablar fuera de la iglesia?

La respuesta de la opinión pública y las autoridades es por lo general afirmativa. Cuando en estos días la Iglesia católica en España aparentemente aprobó el uso del preservativo, los medios lo festejaron sin reservas.
Siendo evidente que más allá de su mal uso, el preservativo podría evitar entre el 90 y el 95 % de los contagios de enfermedades sexuales (entre ellas el tan temido SIDA) ¿no es responsabilidad de la iglesia promover y respaldar su uso, especialmente en las clases sociales más carenciadas?

¿No es también una forma de evitar embarazos no deseados, especialmente en adolescentes? ¿No ayuda a disminuir la cantidad de abortos?

El Ministro de Salud de la Nación ha declarado que el preservativo es la mejor opción para frenar el avance del SIDA ¿Es esto realmente así?

En primer lugar creo que todo lo que dicen del preservativo es sanitariamente cierto, salvo la audaz opinión del Ministro.
Pero la Iglesia no debe expresarse desde un punto de vista meramente sanitario. No es su ámbito ni su responsabilidad. Así como ante una operación delicada, necesariamente debemos recurrir a la opinión del especialista, pero luego debemos decidir que hacemos con nuestra vida o la de nuestros seres queridos tomando otros parámetros, así la Iglesia para dar su orientación sobre un tema de tantas implicancias morales, psicológicas y espirituales, no puede simplemente acoplarse a la opinión, innegablemente valiosa, de las autoridades sanitarias.

La Iglesia no puede promover, justificar ni respaldar el uso del preservativo como forma de evitar la transmisión de enfermedades sexuales o embarazos extramatrimoniales, por cuánto su ámbito de orientación es moral y no sanitario.
La Palabra de Dios, fuente incuestionable para el cristiano, no solo de la enunciación de su fe sino también de su práctica, establece sin ambigüedades que las únicas relaciones sexuales permitidas son las matrimoniales. Ofrecer caminos alternativos para no sufrir las consecuencias de lo que no se ha hecho bien, solo debilita y cuestiona la validez de lo que Dios ordena.

No podemos enseñar desde la Iglesia como usar el preservativo. Eso es competencia de las autoridades sanitarias. Lo que debemos enseñar es que el único camino para librarnos de todos los males (no solo los físicos) tan temidos que afectan la vida familiar, es la continencia y la fidelidad matrimonial.

La otra pregunta que surge atañe específicamente a los profesionales de la salud, a docentes y a funcionarios cristianos que por su trabajo se ven involucrados en la difusión de campañas que promueven el uso del preservativo.
 

¿Es correcto participar?

Aún cuando nadie ha venido a hacerme esta pregunta, creo que de hecho algunos ya están involucrados y sería prudente fijar criterios. Expongo el mío simplemente para abrir el tema.

Como mencioné anteriormente, creo que el preservativo es una respuesta sanitaria y socialmente eficiente para evitar embarazos y la propagación de enfermedades sexuales. Si alguien debe actuar como agente sanitario y/o social, remunerado por las autoridades competentes, no encontraría objeción a que expusiera en términos sanitarios y/o sociales las “ventajas” del uso del preservativo, pero con la prerrogativa que se mencione finalmente que existe un camino mejor que es obviamente el de la abstinencia.

Como el tema se irá instalando progresivamente tanto en la educación como en la sociedad toda, creo que es prudente que aunemos criterios y definiciones que sirvan especialmente a las nuevas generaciones que están sometidas a opiniones muy dispares tanto fuera como (triste es decirlo) dentro de la Iglesia.

Espero sus comentarios. Un abrazo.

Guido.
gmicozzi@sion.com


 


Volver a sección principal de "Escritos"
Volver a la Página Principal