Apuntes Pastorales se sentó a hablar con
José Luis Romera, un hombre que no descansa mientras haya personas a su
alcance con que pueda compartir las Buenas Nuevas de Cristo. Durante la
plática compartió inquietudes, planteó desafíos y proveyó una clara y
práctica orientación para la tarea de movilizar al pueblo de Dios en la
labor evangelizadora que se le ha encomendado.
AP - ¿Qué textos bíblicos utilizaría para demostrar que la labor
evangelizadora es una que le compete a todo el pueblo de Dios?
JLR - Creo que la evangelización es una tarea,
no un don; un mandamiento de Dios. Todo cristiano ha recibido la
responsabilidad de ser testigo del evangelio, aunque no desarrolle el
ministerio de evangelista. En Isaías 43.12, por ejemplo, El Señor dice de su
pueblo: «Vosotros, pues, sois mis testigos, dice Jehová, que yo soy Dios».
En Lucas 24.48 Jesús le señala a los doce: «Vosotros sois testigos de estas
cosas». Otra vez, en Juan 15.27, Jesús declara: «Y vosotros daréis
testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio». Antes
de partir al Padre, volvió a reiterarles el concepto: «recibiréis poder,
cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra» (Hch
1.8). En estos, y muchos otros textos, el Señor constantemente refiere a su
pueblo al llamado a testificar.
AP - ¿Cómo describiría usted la tarea de evangelización? JLR - Evangelizar es alcanzar a la
gente con las buenas noticias de Jesucristo, de su regalo recibido por medio
de la cruz. Pedro declara que somos un pueblo especial llamados para
anunciar las virtudes de aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz
admirable. Es anunciarle al mundo la verdad que necesita conocer para poder
recorrer el camino que Dios ha establecido para los hombres. Es proclamar la
oferta de una vida en abundancia, disponible para todo el que se acerca a
Cristo, y la noticia de que todo aquel que rechace su obra redentora en la
cruz morirá eternamente. Existe un mundo de gente que desconoce esta noticia
de salvación, del perdón para los pecados.
El mandamiento del Señor no consiste solamente en anunciar estas buenas
noticias; implica, también, trabajar a la par del Espíritu, para lograr una
completa restauración de aquello que ha quedado afectado por el pecado. En
este sentido, la tarea de la evangelización alcanza todas las necesidades
del ser humano.
AP - ¿Qué motiva al Señor a disponer la carga de la labor
evangelizadora sobre su pueblo, en lugar de intervenir él directamente en la
vida de las personas? JLR – La Palabra declara que a Dios le
agradó salvar a los hombres por la locura de la predicación (1Co 1.21). El
apóstol Pedro recibió el encargo de evangelizar a Cornelio, aunque este
último ya había recibido la visita de un ángel. No obstante, el ángel no le
proclamó el evangelio, sino que le indicó dónde debía buscar al hombre que
se lo anunciaría. A la vez, el Señor habló a Pedro, y lo movió para que
realizara la visita. Dios decidió comunicar el mensaje por medio de la boca
de Pedro, aunque bien lo podría haber hecho sin la intervención humana. En
mi opinión, la gente comprende mejor la Palabra proclamada por aquellos que
viven y entienden la misma realidad que ella.
AP – En general, sin embargo, el pueblo de Dios se ha mostrado
reacio a compartir las buenas nuevas con otros. En su opinión, ¿cuál es la
razón de esta reticencia? JLR – A mi entender, existe confusión
entre los creyentes sobre este tema. La gente no considera la evangelización
un mandamiento.
Jesús declara que el primer y gran mandamiento es amar al Señor por sobre
todas las cosas, y el segundo, amar al prójimo como a uno mismo. Yo entiendo
que si uno ama a Dios por sobre todas las cosas, también debe amar sus
mandamientos, y el compartir las buenas nuevas definitivamente es un
mandamiento. Por otro lado, el genuino amor al prójimo
no es capaz de dejar por fuera la responsabilidad de dar a conocer las
buenas nuevas de la salvación. Muchas veces, el estar demasiado
ocupados con los asuntos internos de la Iglesia nos lleva a olvidarnos de
nuestro prójimo.
En mi opinión, también existe, en muchos casos, falta de compasión por el
perdido, por el que no está en la luz, por el que sufrirá eternamente en el
fuego del infierno, si no conoce la verdad del evangelio. Incluso, ¡se
predica muy poco del infierno! Cuando la compasión por los perdidos se aloja
en el interior de un cristiano, mucho cambia en él. La estructura
humano-religiosa pierde valor. La compasión nos
impulsa, nos moviliza, nos mueve a cambiar nuestros planes; nos libera del
egoísmo, nos quita el sueño y el hambre. Un genuino espíritu de
compasión nos lleva a que oremos, ayunemos y lloremos, porque ya no nos
resulta posible permanecer indiferentes ante los que andan en tinieblas.
AP –¿Qué recomienda a un hijo de Dios para que crezca en esta
actitud? La tendencia en cada uno de nosotros es siempre a asegurar el
bienestar propio, ¿verdad? JLR - ¡Exactamente! La iglesia misma
tiende a concentrarse exclusivamente en sus asuntos y necesidades, y
desarrolla programas que contemplan muy poco la existencia de los de afuera.
Estoy convencido de que es el contacto con la gente lo que ayuda a
acrecentar la compasión en nosotros. Cuando Jesús estaba cansado de la misma
tarea de la obra buscó la forma de apartarse de las multitudes. Subiendo en
una barca, decidió cruzar al otro lado del lago, pero encontró que la
multitud le había seguido. Al verla sin pastor, sin palabra, sin rumbo, sin
esperanza, la compasión se apoderó de El e inmediatamente cambió los planes.
Dejó lo suyo para atender el hambre espiritual que tenía la gente,
compartiendo con ellos el mensaje de lo eterno.
Del mismo modo, Pablo fue movido a dirigirse con urgencia a Macedonia
cuando, por una visión, un varón de esa región le rogaba que pasara a
ayudarlos. El pedido de socorro tocó algo muy profundo en su corazón, y el
apóstol inmediatamente se convenció de que era el Espíritu el que marcaba el
nuevo rumbo de su viaje, para que predicara a quienes más necesitaban el
mensaje en ese momento.
Dirigir a la gente una mirada espiritual, observando
sus rostros y notando sus necesidades, despierta en nosotros compasión por
ellos. Los ojos son la lámpara del cuerpo y uno puede ver reflejadas
muchas situaciones en los de la gente. Si nos metiéramos en sus zapatos,
seguramente desearíamos una palabra de esperanza capaz de sacarnos de la
situación en que estamos.
Desde hace mucho tiempo llaman mí atención las aglomeraciones de gente en
los grandes centros urbanos, en las salidas de los estadios, los
aeropuertos, las estaciones, caminando por las calles. Cuando veo los
rostros de estas personas se me forma un nudo en la garganta. La compasión
que siento por ellos me obliga a compartir el mensaje con los que no lo
conocen, los que no han oído. A la vez, he descubierto que la compasión
también le otorga un peso y un autoridad espiritual a la palabra que
comparto, que toca los corazones de quienes la escuchan.
AP - ¿Qué lugar ocupa la oración en la tarea evangelizadora?
JLR – Es un elemento indispensable para la evangelización.
Evangelizar sin orar es como echar a rodar un auto sin combustible que, para
moverlo, uno se ve obligado a empujarlo; muchos se reirían al observar que
uno realiza un gran esfuerzo para mantenerlo rodando. La oración provee el
contacto con el poder divino; es el vínculo del mensajero con el dueño del
mensaje. El Señor Jesús afirma que la vida espiritual privada recibe del
Padre su recompensa en público (Mt 6.4, 6, 18). Si uno
carece de una vida de oración privada, también carece de poder para predicar.
No debemos olvidar que el evangelio no consiste en palabras, sino en el
poder de Dios.
Cuando Jesús convocó a los doce, perseguía tres objetivos, que estuvieran
con él, enviarlos a predicar, y que tuviesen autoridad para sanar enfermos y
echar fuera demonios (Mr 3.13 y 14). Es la oración la que nos permite esa
cercanía a Dios, de quien recibimos el poder y las herramientas para
predicar. Muchos, al compartir, descansan en sus
habilidades de persuasión, pero yo estoy convencido de que es Su poder el
que despierta interés por su palabra. Pablo mismo declara: «ni mi
palabra ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de humana
sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder» (1Co 2.4).
La oración también nos permite limpiar caminos. Pablo, explicando a los
creyentes de Éfeso el alcance de la misericordia de Dios, les declara que
Dios los sentó, juntamente con Cristo, en los lugares celestiales. Cuando
invocamos el nombre de Jesús, que es sobre todo nombre, los obstáculos
comienzan a desaparecer. Muchas veces he sido testigo de la respuesta del
Señor a las oraciones a favor de zonas no alcanzadas. Desde hace años
aprendí a orar y llorar en mi auto mientras conduzco por la ruta, que a
veces es larga y solitaria. Ese clamor a él me ha abierto oportunidades en
los lugares más insólitos.
Dios nos ha puesto para gobernar la tierra, y esto demanda de nosotros una
actitud osada frente a los lugares donde las tinieblas se han vuelto densas.
«Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a sus
oraciones» (Sal 34.12).
AP-¿Cuándo se puede afirmar que la tarea evangelizadora ha sido
exitosa?
JLR - En mi opinión, la meta no es solamente que la Palabra llegue,
sino, también, acompañar a la persona en su proceso de discipulado, que
eventualmente le permitirá acercase a otros. Cuando uno ve a una persona,
que ha aceptado al Señor y entiende la obra de Cristo, crece, se afianza y
sale a compartir con otros, puede gozar una plena satisfacción.
¡Por supuesto!, no siempre se ve una respuesta tan rápida. No me cabe duda
de que, sin embargo, cada palabra expuesta con unción y poder no vuelve
vacía. Un amigo me comentaba que, al salir de una reunión, algunos años
atrás, vio a un hombre alcoholizado tirado a un costado de la calle. Al
acercarse a él para compartirle la Palabra vio que su pierna estaba en muy
mal estado, casi engangrenada. Mientras tanto, su mujer, que lo acompañaba,
le aconsejaba que no perdiera tiempo con él, pues evidentemente entendía muy
poco de lo que se le decía. No obstante, compartió la Palabra y oró por él.
Pasados uno años alguien llegó a buscarlo a la iglesia. Era este mismo
hombre: «usted una vez me compartió unas palabras» —le confesó al pastor—,
«y ese día ¡mi vida cambió!»
AP – Hablemos de esta relación que existe entre la evangelización
y el discipulado.
JLR - Ambas deben ir de la mano. Algunos evangelistas, por la manera
en que llevan adelante su ministerio, no pueden residir en las ciudades
donde comparten la Palabra. Entiendo, no obstante, que deben estar ligados a
la iglesia local para que esta provea un buen seguimiento a las personas
recién convertidas. Consolidar la fe de la persona que
entrega su vida a Cristo ha sido una de las grandes debilidades de la
Iglesia. No soy estadista, pero estoy seguro de que mucha gente que
ha recibido en su momento un testimonio de Dios está alejada de él; no saben
cómo vivir y necesitan que alguien los guíe, y lamentablemente nunca han
recibido este servicio.
A mi entender, nunca debe detenerse el ministerio de evangelización. Más
bien, deben crearse estructuras de discipulado que lo acompañen
correctamente. Los apóstoles experimentaron una explosión de crecimiento en
los primeros días de la Iglesia. ¡Del desconcierto pasaron a tres mil
convertidos! Repentinamente, la Iglesia naciente enfrentó el desafío de
afianzar la fe de todas estas personas, para lo cual debieron crear las
estructuras necesarias. ¿El resultado?, comenzaron a reunirse en las casas.
Es importante recordar que estas estructuras deben ser flexibles. Si son
demasiado rígidas acabarán por apagar la obra de compartir las buenas
nuevas. No obstante, son necesarias, especialmente en este tiempo en que,
según creo, se avecina una gran cosecha para el reino de los cielos
AP - ¿Qué caminos debe recorrer un pastor para movilizar a su
congregación hacia la evangelización?
JLR - En primer lugar, entiendo que el
liderazgo debe asumir el mandamiento de hacer discípulos y evangelizar.
La carga primeramente debe instalarse en la conciencia de aquellos que velan
por el pueblo de Dios. Es muy difícil contagiar de lo que uno no se posee.
El liderazgo debe preocuparse de buscar la forma de asumir el mandamiento de
compartir, rogando a Dios que le provea ese espíritu de compasión, sin el
cual nadie se movilizará genuinamente. Los pastores y los líderes deben
estar apasionados, pues, cuando uno se une a alguien encendido por un fuego
santo, se contagia de él.
Luego, en oración, se debe enseñar esta responsabilidad a la iglesia, no
solamente mediante la predicación, sino también de manera privada,
particular e íntima, con el ejemplo personal. La congregación necesita
escuchar más sobre los ejemplos de fe, las maravillas de Dios en las vidas
transformadas y su deseo de extender su reino. Esto bastará para que muchos
se apasionen por salir a compartir el mensaje. La congregación debe saber
claramente en quién ha creído, y cuál es el deseo del corazón de su Dios.
Otro elemento que considero importante es llevar a la iglesia afuera del
salón de reunión. El Señor anunció a Pedro que las puertas del infierno no
serían capaces de detener a la Iglesia, una Iglesia coordinada y motivada en
el Espíritu. Las tinieblas no pueden resistir a una
congregación encendida por la pasión de Cristo. La Iglesia no
solamente debe animar el emprendimiento personal de los miembros, sino
también ofrecer oportunidades concretas para evangelizar como comunidad de
fe. El liderazgo debe sentarse y programar actividades bien publicitadas
internamente: bautismos en que se invite a los nuevos, salidas a algún
pueblo para compartir la Palabra en él, oportunidades de servicio en
localidades necesitadas, cenas para invitar a compañeros o matrimonios
amigos, etcétera. La idea es crear el marco y proveer de herramientas y
materiales para que a los creyentes les resulte más fácil romper el hielo
para compartir con otros.
Es importante, también, señalar que debemos orar para
que en la congregación se produzca una expectativa de fe. Los hermanos deben
esperar con alegría la conversión de cada persona y celebrarla como si se
realizara en le cielo. No debería transcurrir mucho tiempo sin que el
pueblo de Dios vea nuevas conversiones. La iglesia también debe poseer
arrojo espiritual, debe correr riesgos con fe, orar por los enfermos,
confiando en que Dios obrará sanidades, milagros y maravillas. Estoy
convencido de que, por temor a crear falsas expectativas, a veces ni ocurren
milagros ni maravillas y se evita predicar en esa dirección, Las
expectativas deben quedar en manos del Señor. Él es el que prometió y es él
el que cumplirá.
También considero importante preparar la escena, el lugar y los espacios
para la cosecha que se avecina, así como la viuda preparó las vasijas para
llenarlas de aceite. El Señor también se dispuso a alimentar a más de cinco
mil personas, y pidió que los acomodaran en grupos de 50, ¡aunque solo
contaba con cinco panes y dos peces!
AP - ¿Qué le causa alegría en la labor evangelizadora?
JLR - ¡Ver obrar a Dios! Cuando alguien es tocado por el poder de
Dios, el cansancio desaparece. La distancia que haya recorrido para llegar a
esa persona se acorta, y uno se siente motivado a trabajar cada vez con
mayor esfuerzo.
AP - ¿Quisiera añadir alguna reflexión adicional a lo que he
compartido?
JLR - Considero importante advertir sobre el énfasis excesivo en el
perfeccionamiento del obrero antes de que pueda salir a predicar, a tal
punto que se pierde el ardor y la espontaneidad para contar las maravillas,
las obras de Dios que experimenta el recién convertido. No poseemos ejemplo
más contundente de la capacidad para evangelizar que el del Gadareno que fue
hecho libre por Cristo. Antes de retirarse, Jesús le dio claras
instrucciones: «vete a tu casa, a los tuyos, y cuéntales cuan grandes cosas
el Señor ha hecho contigo, y como ha tenido misericordia de ti. Y se fue, y
comenzó a publicar en Decapolis cuan grandes cosas había hecho Jesús con el;
y todos se maravillaban» (Mr 5.19 y 20). El hombre apenas conocía del
evangelio, pero ya se había convertido en poderoso testigo de las maravillas
de Dios. La idea que para salir a evangelizar se deben solucionar
primeramente todos los problemas personales, produce pérdida de fe y
motivación para servir.