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Siempre he sentido un extraño
deseo de ser distinto de los demás, probablemente
sea algo que les pasa a todos. Al pensar en este
deseo y en el modo como ha influido en mi vida, veo
que mi estilo de vida ha sido parte del ansia
contemporánea de “estrellato”. Aspiraba a decir,
escribir ó hacer algo “distinto” o “especial” que
llamara la atención y de lo que se hablase. Para
quien dispone de una imaginación fértil esto no
resulta difícil, y eso conduce al éxito deseado. Se
puede enseñar de modo suficientemente distinto del
estilo tradicional como para llamar la atención;
pueden escribirse frases, páginas y hasta libros que
puedan ser considerados nuevos y originales; se
puede hasta predicar el evangelio de tal forma que
se haga creer a la gente que nunca nadie había
pensado así con anterioridad. Todas estas
situaciones culminan con un aplauso, porque se ha
hecho algo sensacional, porque se ha sido
“diferente”.
Últimamente me estoy dando
cuenta cada vez más de la peligrosa posibilidad de
convertir en algo sensacional la Palabra de Dios.
Así como el público puede seguir con mirada
fascinada al trapecista que hace piruetas en el aire
con su traje fosforescente, así también puede seguir
un predicador que utiliza la Palabra de Dios para
llamar la atención sobre su persona. Pero un
predicador sensacionalista estimula los sentidos y
deja el espíritu intacto. En vez de servir de camino
hacia Dios, su “diversidad” lo bloquea.
…Sólo cuando hemos abandonado el
deseo de distinguirnos y nos hemos experimentado a
nosotros mismos como pecadores indignos de
especiales atenciones, habrá espacio para el
encuentro con nuestro Dios que nos llama por nuestro
propio nombre y nos invita a la intimidad. Jesús, el
único Hijo del Padre, se vació y “haciéndose
semejante a los hombres y apareciendo en su porte
como hombre se humilló a si mismo obedeciendo hasta
la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios lo
exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo
nombre” (Fil 2:7-9). Sólo desde una identidad
fundamental recibió Jesús su nombre único. Cuando
San Pablo nos pide que tengamos la mentalidad de
Jesucristo, nos invita a esa misma humildad, a
través de la cual lleguemos a ser hermanos del Señor
e hijos del Padre Celestial.
1.
Fragmento de "Diario desde el monasterio" |
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