Nuestro deseo de ser distintos 1

 

 

 

por Henri Nouwen

 
 

 

Siempre he sentido un extraño deseo de ser distinto de los demás, probablemente sea algo que les pasa a todos. Al pensar en este deseo y en el modo como ha influido en mi vida, veo que mi estilo de vida ha sido parte del ansia contemporánea de “estrellato”. Aspiraba a decir, escribir ó hacer algo “distinto” o “especial” que llamara la atención y de lo que se hablase. Para quien dispone de una imaginación fértil esto no resulta difícil, y eso conduce al éxito deseado. Se puede enseñar de modo suficientemente distinto del estilo tradicional como para llamar la atención; pueden escribirse frases, páginas y hasta libros que puedan ser considerados nuevos y originales; se puede hasta predicar el evangelio de tal forma que se haga creer a la gente que nunca nadie había pensado así con anterioridad. Todas estas situaciones culminan con un aplauso, porque se ha hecho algo sensacional, porque se ha sido “diferente”.

Últimamente me estoy dando cuenta cada vez más de la peligrosa posibilidad de convertir en algo sensacional la Palabra de Dios. Así como el público puede seguir con mirada fascinada al trapecista que hace piruetas en el aire con su traje fosforescente, así también puede seguir un predicador que utiliza la Palabra de Dios para llamar la atención sobre su persona. Pero un predicador sensacionalista estimula los sentidos y deja el espíritu intacto. En vez de servir de camino hacia Dios, su “diversidad” lo bloquea.

…Sólo cuando hemos abandonado el deseo de distinguirnos y nos hemos experimentado a nosotros mismos como pecadores indignos de especiales atenciones, habrá espacio para el encuentro con nuestro Dios que nos llama por nuestro propio nombre y nos invita a la intimidad. Jesús, el único Hijo del Padre, se vació y “haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre se humilló a si mismo obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre” (Fil 2:7-9). Sólo desde una identidad fundamental recibió Jesús su nombre único. Cuando San Pablo nos pide que tengamos la mentalidad de Jesucristo, nos invita a esa misma humildad, a través de la cual lleguemos a ser hermanos del Señor e hijos del Padre Celestial.


1. Fragmento de "Diario desde el monasterio"