Un adorador que hizo historia

 

por Darío López Belot y Daniel Chuk

Recuerdo con afecto a un pastor amigo que tenía un casete que escuchaba una y otra vez, en su casa, en el auto o donde estuviera. Decía que había allí una melodía que lo atraía particularmente. Cuál fue su gran sorpresa al enterarse que la misma tenía por título “Jesús, la alegría del hombre”, y que había sido escrita hace 250 años por un hermano en la fe: Juan Sebastián Bach.

Hoy es habitual escuchar obras y melodías de este gigante musical más allá de los cd o casetes, o en las radios, donde las utilizan como cortinas musicales y publicidades: aún las empresas de celulares las incluyen entre sus rings. Sin embargo muy pocos saben que su autor era también un gigante de la fe, y que la mayoría de sus composiciones tenían una motivación muy especial: adorar a Jesucristo.

Juan Sebastián, quien hoy es considerado por la gran mayoría de los eruditos como el compositor más grande de todos los tiempos, nació en una familia que en siete generaciones produjo 53 músicos prominentes. Comenzó sus estudios en Eisenach, Thuringia, en la misma escuela a la que había asistido Martín Lutero, y sus primeros pasos en la música fueron guiados por su padre, Johann Ambrosius, músico de la ciudad.

Tempranamente, a los diez años, Juan Sebastián quedó huérfano, por lo que fue a vivir con su hermano mayor, Johann Christoph, organista en Ohrdruf, con quien continuaría sus estudios, y ya a los 15 años estaba formado musicalmente, demostrando un gran talento en una gran variedad de áreas. Al principio cantaba como soprano en el coro de la iglesia de Luneburg (recordemos que por entonces no permitían a las mujeres cantar en la iglesia). Tres años más tarde, actuó como violinista en la orquesta del príncipe Johann Ernst de Weimar. Después de algunos meses, se trasladó a Arnstadt para ejercer como organista de la iglesia.

En octubre de 1705, Bach recibió una invitación para estudiar por un mes con el renombrado organista y compositor Dietrich Buxtehude. Bach se quedó tan encantado con su profesor que extendió la visita a dos meses. Cuando él volvió a su iglesia, fue criticado por haberse demorado y no haber respetado del contrato y además, con el correr del tiempo, porque se dedicaba sobre todo al órgano y las melodías que acompañaban el canto congregacional se volvían cada vez más complejas. No fue despedido porque ya para entonces era reconocido por su talento.

En 1707 se casó con una prima en segundo grado, María Bárbara Bach, y fue a Mulhausen con el cargo de organista en la iglesia de Sant Blasius. Luego de conseguir varios trabajos prominentes, finalmente llega a Leipzig en 1723, donde permanecería el resto de su vida. María murió en 1720, y el año siguiente se casó con Ana Magdalena Wilcken, quien le da trece hijos, además de los siete que él tenía con María.

La estancia de Bach en Leipzig como director y maestro de capilla de la escuela de Sant Thomas no fue siempre feliz. Dueño de un fuerte carácter, discutía continuamente con el consejo de la ciudad, y al contrario que en Arnstadt, ni la ciudad ni el pueblo apreciaron su genio musical.

Esto se debió en parte a actitudes a las que podríamos denominar “políticamente incorrectas”, como por ejemplo no admitir en el coro de la iglesia a quienes no supieran cantar, aunque se tratara del hijo del intendente, a quien despidió. Fruto de este tipo de decisiones terminó recibiendo un magro sostén y al morir inclusive se había ideado un plan para despojar a su viuda de su pobre herencia.

En esta época tan complicada fue cuando Bach escribió su mejor música, casi como una expresión de resistencia al sistema y confianza en Dios. Llegó a escribir una cantata por semana (hoy se elogia a un compositor que escribe una obra al año), de las cuales sobreviven 202 de las originales. La mayoría concluyen con una coral basada en un himno de Lutero y su música está basada casi siempre en textos bíblicos.

Entre estos trabajos están el "Oratorio de Navidad" y las colosales “Pasión según San Juan” y “Pasión según San Mateo”. Un fragmento final de esta última obra ha sido llamada "el logro cultural supremo de toda la civilización occidental," e incluso el escéptico Friedrich Nietzsche, formado en el luteranismo pero que se había alejado completamente del cristianismo, reconocía que reencontraba acá el evangelio.

Después de la muerte de Bach, su música fue olvidada casi de inmediato. Aún sus hijos, grandes músicos, hablaban del estilo polifónico de la música de su padre como “una gran cantidad de personas hablando de cosas distintas al mismo tiempo”. Sus descendientes vendieron algo de su música e incluso varios manuscritos fueron utilizados para envolver basura. Aunque algunos músicos como Mozart y Beethoven lo admiraban, no fue hasta 1829 que el compositor alemán Felix Mendelssohn lo redescubrió y ejecutó sus obras nuevamente.

Pero más allá de lo que hemos mencionado, hay otro Bach: el adorador, y aún el teólogo. Las tres cuartas partes de sus 1.000 composiciones fueron escritas para el uso en la adoración. Si bien había escrito música para Dios toda su vida, recién cuando tenía 48 años pudo adquirir una copia de la traducción en tres volúmenes de la Biblia realizada por Lutero. Devoró sus líneas como si fuera un tesoro perdido por largo tiempo. Subrayó versículos, corrigió errores en la traducción y el comentario, insertó palabras que faltaban, y llenó de notas los márgenes. Acerca de 1ª Crónicas 25, que da un listado de los músicos de David, él escribió "este capítulo es la fundación verdadera de toda la música que agrada a Dios". En 2ª Crónicas 5:13, que habla de los músicos alabando a Dios en la dedicación del templo de Salomón, observó que "ante una expresión reverente de la música para Dios, Él se hace presente con su presencia graciosa". Pensando en su genio musical, su devoción a Cristo y la influencia de su música, Juan Sebastián Bach ha sido llamado con justicia “el quinto evangelista”.

Según los especialistas, Juan Sebastián Bach es ubicado en la época barroca. Pero si prestamos atención a su obra nos daremos cuenta de que hay en sus notas algo que trasciende al tiempo, con sabor a eterno.

 


Referencia:

The Fifth Evangelist, by Mark Galli, 7/28/00. http://www.christianitytoday.com/ct/2000/130/52.0.html 


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