Un adorador que hizo historia (II)

 

por Darío López Belot

Viene de Un adorador que hizo historia (I)
 

Hace unos años atrás leí un artículo en una revista de sociología de la UBA sobre el crecimiento de las iglesias evangélicas en nuestro país. Uno de los puntos que más me llamó la atención fue una de las hipótesis que proponía el autor, para quien uno de los ejes del crecimiento era la unidad de las congregaciones a partir de la "nueva liturgia".

Creo que la mayoría coincidirá en que la "renovación litúrgica" o "restauración de la importancia del culto a Dios" es uno de los elementos que han colaborado en la unidad de los cristianos de nuestro país y de toda Latinoamérica en estos últimos años. Pero tengo la impresión que últimamente nuestros cultos han tomado algunos matices que llaman la atención.

No hablo sólo de las presentaciones de bandas cristianas al mejor de los estilos que imponen "los mercados", sino, y sobre todo,  el contenido de lo que cantamos y el papel de los que ministran. En tal sentido creo que deberíamos refrescar algunos conceptos que ya
habían sido recuperados en otras épocas.

En primer lugar el aporte de Lutero y de la tradición reformada en su conjunto, en cuanto al sacerdocio de  todo creyente. A partir del sacrificio de nuestro Señor, el levirato dejó de ser un ministerio de un grupo para transformarse en un ministerio de todos. Con esto no digo que haya que desarmar las estructuras que mantienen  un orden en nuestras reuniones, pero debemos revisar si no estamos caminando hacia un levirato al estilo del AT, mientras el pueblo se transforma en un espectador.

En segundo lugar, creo que las letras de nuestras canciones deberían contener un poco más de la Verdad de Dios. En tal sentido, y de algún modo retomando la nota de la semana pasada, podríamos recuperar el espíritu que Bach daba a sus cantatas. No me refiero a eliminar la batería, los teclados o las guitarras y bajos (aunque podríamos bajar el volumen, ¿no?), sino a los textos. Si hay algo que distinguía a las cantatas de Bach era la fidelidad a la Verdad de Dios, a su Palabra, tal como el ejemplo que a continuación citamos:

ALABA AL SEÑOR, ALMA MÍA BWV. 143
(Lobe den Herrn, meine Seele)

Música de Juan Sebastián Bach (1685 - 1750)
Textos de San Lucas 2, 21, Gálatas 3. 23-29; Salmos 145.1,5 y 10; Jakob Ebert

1. Alaba al Señor, alma mía.

2. Coral (Soprano)
Tú, Príncipe de la Paz, señor Jesucristo,
verdadero hombre y verdadero Dios,
eres la ayuda salvadora
tanto en la vida como en la muerte;
por eso sólo nosotros,
en tu nombre,
a tu Padre aclamamos.

3. Recitativo (Tenor)
Feliz aquel que tiene por ayuda al Dios de Jacob,
y cuya esperanza en el Señor, su Dios, deposita.

4. Aria (Tenor)
Miles de desgracias, de horrores,
de tristezas, de preocupaciones,
de penalidades y muertes súbitas,
padecen las gentes
que viven en otros países,
pero nosotros gozamos años de bendiciones.

5. Aria (Bajo)
El Señor es el rey eterno.
Tu Dios, Sión, por siempre.

6. Aria (Tenor) y Coral instrumental
Jesús, salvador del rebaño,
sé además nuestro refugio.
Para que este año nos resulte afortunado,
detente atento en cada lugar.
Guía, oh Jesús, a tu pueblo
hasta el próximo nuevo año.

7. Coro
¡Aleluya!
Recuerda, Señor, tu rango,
pues Tú eres el Príncipe de la Paz,
y ayúdanos compasivo,
ahora y por siempre.
Déjanos a partir de ahora
tu divina palabra
durante mucho tiempo.


Dios nos ayude a enriquecer nuestra liturgia cantando la Verdad eterna de nuestro Dios.
 


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