EL LLAMADO MISIONERO:             

¿Qué es?

                        ¿Cómo viene?

¿Qué hacer?

Por Keith Bentson

¿Quién no ha escuchado afirmaciones tales como "Dios me ha llamado a la obra misionera"; o, "El verano pasado el joven Fulano, estando en un retiro espiritual, recibió un llamado misionero"? Algunos, con menos luz sobre el tema, al oír semejantes expresiones, simplemente levantan las cejas y no dicen nada, pero les queda el interrogante: "¿Qué es esto de un ‘llamado misionero’?"  Es una buena pregunta, y la respuesta sirve no solo para los que poseen escasa noción acerca de la obra misionera, sino para todo el pueblo del Señor a quien Dios espera un vivo interés en toda la amplitud de su obra. Pero antes de entrar en el tema sobre qué es un "llamado", sería conveniente hacer unos comentarios prelimina­res acerca del mismo uso general que las Escrituras dan al vocablo "llamar" o "llamado".

 

Dios obra hablando

Recordaremos que en los primeros versículos del Génesis se repite la fórmula "Y dijo Dios..." dando por entendido que justamente Dios creaba todas las cosas por medio de su palabra hablada: "Sea la luz, y fue la luz". Y si seguimos leyendo las  Escrituras descubriremos que en todas las actividades que realiza Dios, tanto en las grandes como en las pe­queñas, él obra hablando.

Viene al caso recordar el episodio entre el profeta Elías y la viuda de Sarepta. Elías, habiéndose escondido de los desmanes del rey Acab y su mala mujer Jezabel, y siendo alimentado por los cuervos que le traían pan y  carne dos veces al día, recibe mensaje de Dios que camine lejos hacia el norte de Palestina, a una ciudad de los paganos, donde, dice Dios: "Yo he dado orden allí a una mujer viuda que te sustente" (I Reyes 17.8,9). En verdad, la viuda no sabía nada de ninguna orden de parte de Dios. Pero Dios en el cielo había pronunciado el decreto de que ella proveería alimentos para este siervo suyo.

El profeta, al ver a la viuda a la entrada de la ciudad, la llamó ordenándole que le trajera un poco de pan y agua. Ahí mismo, se efectuó extrañamente la obra que  Dios había decretado anteriormente: ella se sentía urgida a entrar en su casa para acatar la orden; y la harina de la tinaja nunca escaseó y el aceite de la vasija nunca disminuyó. Desde el principio al fin Dios realizó su obra por su palabra.

En otro contexto encontramos a Pablo con su equipo apostólico todos perplejos porque el Espíritu no les daba paz para avanzar hacia el norte donde querían predicar el evangelio (Hechos 16.6-10). Pero oportunamente recibieron una visión al efecto de que pasasen a Europa (Macedonia) para predicar. Felizmente orientados, Lucas, el redactor, registró: "...enseguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio". Es decir, les llegaron en forma de un llamado las instrucciones sobre lo que debían hacer. La figura obedece a la de un pastor que llama a sus ovejas que lo sigan.

También podemos notar en el Nuevo Testamento que la misma conversión de las personas es consecuencia de que Cristo les hubiera llamado. Por ejemplo, a los gálatas Pablo les recuerda que Dios los "llamó por la gracia de Cristo" (1.6). El apóstol dirige su epístola a los corintios como los que habían sido "llamados a ser santos"; luego, los diferencia de los inconversos denominándolos "los llamados" (I Corintios 1.2, 23-24). Sin duda este concepto de ser llamado a la salvación tuvo su origen en el ministerio terrenal de Jesús quien llamaba, diciendo: "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados..."

No solamente Dios llama a la existencia aquello que no existía, y llama a los hombres a la salvación, y nos indica los pasos a tomar llamándonos, sino también en lo que se refiere a nuestra vocación en Cristo -y ahora entramos en nuestro tema- somos llamados a ocuparnos de ciertos oficios y ministerios espirituales. El gran apóstol a los gentiles dirige su epístola a los romanos diciendo: "Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol...". Los Doce habían sido llamados a ser apóstoles. Moisés, Jeremías, Isaías, Ezequiel y todos los demás siervos y profetas también habían sido llamados a su respectivo ministerio. El ejército de Dios no se compone de voluntarios, sino de hombres y mujeres conscriptos, llamados a cumplir cierta misión bajo las órdenes del Gran Capitán.

Pues bien, escuetamente hemos señalado cómo se emplea el término llamado en los relatos bíblicos con el fin de asentar bien en nuestra mente que Dios hace todas sus obras hablando y llamando. Así que con confianza afirmamos que hasta el día de hoy Dios asigna una vocación ministerial y nos conduce hacia la realización de la misma mediante un llamado. Si es así, es legítimo hablar de un llamado misionero.                                                                    

 

Cómo llama Dios

Si preguntásemos al apóstol Pablo cómo es la forma en que uno es llamado por Dios, su respuesta, si fuera basada en su propia experiencia personal, nos dejaría fuera de combate.

En su caso él vio una luz más resplandeciente que la del sol, cayó al suelo, quedó ciego y oyó la voz audible del Señor. Fue necesaria la visita del discípulo Ananías para explicarle cuál era el motivo de semejante encuentro (Hechos 9.1-19).

Pero, no nos empequeñezcamos frente al llamado tan espectacular que experimentó Saulo de Tarso, aunque ciertamente ha habido y hay  testimonios de otras formas no usuales que Dios ha empleado en unos y otros casos para revelar su voluntad, como ser: visitaciones angelicales, sueños excepcionales, señales extraordinarias. Pero el llamado de Dios hoy a un hombre o a una mujer puede ser tan auténtico como fue el de Pablo, aunque no tenga ribetes extraordinarios.

 

Letra viva

¡Cuántos miles de siervos de Dios, misioneros y misioneras, dan testimonio de que Dios les habló por su Espíritu a través de algún simple texto bíblico, llamándolos así a la obra misionera. Pero no fue por una "mera" escritura, sino fue el Espíritu mismo el que usó el texto bíblico para dirigirles una palabra personal. En cambio, otros millones pueden leer la misma escritura, digamos como la que Jesús dirigió a los Once: "... id, y haced discípulos a todas las naciones...", pero no sienten que personal y físicamente han de partir de su ciudad y cruzar el océano para servir al Señor. El Espíritu no les aplicó ese texto de esa manera a ellos. ¡Pero qué emoción, qué satisfacción y qué seguridad invaden el alma del hombre y la mujer que reciben su llamado mediante una palabra proveniente de las Sagradas Escrituras! Durante años, viviendo momentos difíciles en la obra,  podrán encontrar consolación y fuerza al traer a su memoria el texto clave que Dios empleó para llamarlos a los campos lejanos. Anotémoslo bien: Dios emplea las inspiradas palabras de las Escrituras para vivificar nuestra conciencia, afinar nuestro oído y llamarnos a la obra misionera. ¡Bendita palabra!

En otros casos, al escuchar un sermón sobre las misiones, o un simple pero encendido testimonio de parte de un misionero de vuelta y de visita a su propio país, ello sirve para que el Espíritu Santo hable e indique a un joven cuál es el propósito de Dios para su vida.  Otra vez, no es el mero testimonio o sermón, sino el testimonio del Espíritu de Cristo a su espíritu de que Dios lo está llamando por medio de ese testimonio. ¡Sagrado momento!  ¡Dios está presente! Mi propia esposa, Virginia, siendo joven y soltera, escuchó el testimonio de un misionero de la India, Donaldo Hillis, y ya sabía que su futuro sería vivido fuera de su propio país.

 

Ver  es  oír

Después de la Segunda Guerra Mundial (1945), muchos, aun centenares de ex soldados estadounidenses (entre otros países), tanto los que habían sido desplazados en Europa como en el Oriente, habiendo visto con sus propios ojos las necesidades espirituales y las desolaciones en que vivían millares incontables de personas, fueron movidos a volver a ministrar la palabra de Dios, armados ahora con la espada del Espíritu. También, hay otros casos de cristianos que, habiendo viajado al exterior, o por placer o por negocios, al ver las gentes sumidas en su ignorancia, supersticiones e idolatría, abandonaron sus profesiones y negocios y se enrolaron en los negocios eternos del Rey. Dios se vale de lo que ven nuestros ojos para llamarnos a la obra. Precisamente, fue Jesús el que dijo: "He aquí os digo: Alzad los ojos y  mirad los campos...".

 

Leer  es  oír

Cuántos experimentados misioneros dan testimonio del impacto recibido en su vida joven cuando leyeron un libro sobre Mary Slesser, una jovencita que se internó en las zonas más oscuras de África donde pudo salvar vidas y rescatar mujeres de sufrir atrocidades tribales ya tradicionales. Conmueve  leer relatos de poderosísimas operaciones del Espíritu entre las niñas rescatadas de una vida de ‘sagrada prostitución’ en los templos paganos en la India.  Otra vez, leer de la pasión y abnegación de los cinco jóvenes que en el año 1954 dieron sus vidas por llegar con el evangelio a los aborígenes aucas en la selva del Ecuador. Cualquier cristiano se vuelve sobrio y pensativo al darse a la lectura de estos heroicos relatos. (No pierdas el libro Portales de esplendor, escrito por Elizabeth Elliot, una de las viudas de los cinco mártires.) Dios se vale de estas sagradas historias para conmover nuestro corazón, hacer trizas nuestras cómodas estructuras mentales y encaminar nuestros pies hacia aquellos que viven sin luz ni esperanza.

 

Ser  escogido  es  ser llamado

Pero, además de estas formas más bien personales y directas por las que Dios llama a hombres y mujeres a los campos misioneros, hay otras maneras más indirectas, más "naturales", y que igual son tan auténticamente de Dios como cualquier llamado más íntimo y místico. Nos referimos a casos como el del joven Timoteo. No sabemos cómo Dios se hubiera venido preparando a Timoteo para un ministerio misionero, pero de hecho, de pronto salió del espíritu y mente del apóstol Pablo incluirlo en su equipo: "Quiso Pablo que éste fuera con él" (Hechos 16.3); así de sencillo. ¡Qué bello! ¡Escogido por Dios y escogido por nadie menos que el apóstol Pablo! ¿Qué significado tiene esto para nosotros? Ciertamente, encerrada en este relato hay una lección importante.

Es que los que llevan adelante un ministerio apostólico tienen la obligación de mantener los ojos abiertos por ver a quiénes está llamando Dios para enrolarlos en las filas misioneras. Cada ministerio apostólico tiene su región, su territorio, donde le corresponde velar por la extensión del evangelio y la edificación de los nuevos discípulos (II Corintios 10.13-16 VP). Así que hay casos en que uno recibe su sentido de dirección -su llamado- mediante la indicación de otro maduro siervo del Señor. (El que tiene oídos, oiga.)

En otro orden, tampoco les corresponde a los que aisladamente y por su propia cuenta han "sentido" un llamado, lanzarse solos a la obra, pues la empresa misionera no es de incumbencia individualista (aunque puede haber casos excepcionales).

 Al estar en el lugar

Hay circunstancias que sorprenden y asombran. Por ejemplo, digamos que hay un hermano  fiel, consecuente en su vida cristiana que goza de buen testimonio, pero no necesariamente demuestra una gracia para asumir más responsabilidad o ministerio en la obra. Pero un buen día se traslada a otra provincia o país por motivo de trabajo. Después de asentarse en su nuevo hábitat, el Espíritu del Señor va despertando en él una viva conciencia de las necesidades espirituales o físicas del lugar. Le viene una carga, acompañada de amor y fe, y dentro de un año, sin haber planificado semejante desarrollo, ¡se encuentra al frente de un nuevo grupo de discípulos! Se conecta y se relaciona (si es posible) con un reconocido siervo de Dios en esa región y ¡queda comprometido en la obra!

Se pregunta: ¿De veras, Dios le habrá "llamado" a la obra, a la obra misionera? ¡Ciertamente!  Él está tan en la mira de Dios como aquel que tuvo una visión o que recibió  una palabra específica de parte del Espíritu Santo. Dios le ha sorprendido como a la viuda de Sarepta, llamándole a un servicio (ministerio) estándose él en el lugar.

 

Y dio dones a los hombres

No podemos pasar por alto la relación que existe entre el llamado de Dios y el don espiritual que uno esté llamado a ejercer. Lo explicaremos de la siguiente manera:

Uno entiende que Dios lo ha llamado a servir a Cristo fuera de su área geográfica normal; es decir, cree haber recibido un llamado misionero. Pues muy bien. Pero es saludable recordar que lo más básico, lo más fundamental, es que Dios nos ha llamado a servirle según el don espiritual con que nos haya dotado, estemos dónde estuviéremos. Si nuestro don, gracia, nuestra capacidad de servir -según queramos llamarlo- es el de la enseñanza, o el de la predicación pública del evangelio, o si es de orden profético o aun diaconal (ocupándonos de una obra de misericordia con enfermos, o chicos de la calle, drogadictos, etc.), entonces nuestra mayor carga debe ser ocuparnos precisamente según ese nuestro llamamiento. Razonando así, la geografía ocupa un segundo plano. Primero, servimos al Señor donde estamos y según la medida de gracia que nos ha dado. En segundo lugar, él nos dirigirá al lugar que tiene preparado para nosotros donde seguiremos sirviendo y desarrollando más nuestro don y habilidades.  

Destacamos este sabio principio para advertir en contra de un concepto fijo y absolutista -e inmaduro- que diría: "Dios me ha llamado al Japón y es solo allí donde voy a servir al Señor". Más bien, nos conviene decir: "Si Dios permite, le serviré en el Japón." Entre tanto, nadie se desaliente o pierda su celo de servir al Señor si no se materializa su visión de llegar a un determinado "campo misionero". El mundo entero, y donde quiera que nos encontremos en él, sigue siendo nuestro campo de trabajo.

 

Los niños y los jóvenes

Cuando se promociona la obra misionera es común que se apele especialmente a los jóvenes y matrimonios jóvenes. (Aunque hay ciertas situaciones donde personas mayores encontrarán espacio.) Este hecho se confirma al escuchar testimonios personales de parte de misioneros que Dios les había hablado acerca de su vocación misionera en sus años juveniles o aun en su niñez. ¿Qué debemos pensar de esto?

Un llamado misionero no es más ni menos que una comunicación de parte de Dios sobre cuál es su plan para esa vida. Que Dios revele su intención misionera a un joven o a un niño sirve para que éste se consagre y se disponga a buscar una adecuada preparación y formación, cosa que él descubrirá llevará años en adquirirse.

Entre tanto, debemos tener cuidado en no "fomentar" popularmente dichos llamados en los niños y jóvenes, pero tampoco minimizarlos si estos dan testimonio al efecto. Merecen nuestro sincero y mesurado respeto y apoyo, primero de parte de los padres, luego de los dirigentes de la comunidad, como también de parte de toda la hermandad. ¡Puede haber en nuestro medio otro Andrés, Pedro o Bernabé!

Dios llamó a Jeremías cuando él se resistía por su poca edad: "¡Ay, Señor! ¡Yo soy muy  joven y no sé hablar!" A Samuel, que había de ser profeta, sacerdote y juez en Israel, Dios lo llamó y le dio su primera revelación profética cuando era aún muy jovencito. En verdad, hasta el día de hoy Dios llama a la obra misionera a niños y a jóvenes.  

Sea cual fuere, la postura y oración de la hermandad cristiana siempre es: "Dios  y Señor de la mies, ¡envía obreros a la mies!"

 

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