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David Brainerd, un misionero a
aborígenes norteamericanos en New York, New Jersey y Pennsylvania.
Por Ricardo Demichelis
David Brainerd nació en 1718. Tercero de
nueve hijos. Creció en un ambiente piadoso y sano, pero no fue hasta sus
veinte años, en un invierno de 1738, que Dios comenzó a obrar en su
vida…”buscando al que se había perdido”.
“Un día del Señor por la mañana, Dios puso en mí de repente, una
percepción del peligro que corría y de la ira de Dios…El marco de las buenas
obras en que me había envuelto se desvaneció” , relata David en su
diario personal.
A partir de esta experiencia, Dios trató con su vida día a día, sabiendo los
pensamientos que tenía acerca de David, aquel joven “rostro pálido”. No fue
hasta un domingo de verano de 1739, cuando en soledad, pudo ver su condición
de perdido y el camino de salvación se abrió ante el con claridad.
“¡El deleite que sentí continuó conmigo por muchos días…!” expresaba.
Experimentó y entendió allí, que Dios le había escogido desde antes de la
fundación del mundo, para ser santo y sin mancha delante de Él. Experimentó
y entendió que había sido predestinado para ser adoptado como hijo por medio
de Jesucristo para alabanza de la gloria de Su gracia.
En septiembre de 1739, a la edad de veintiún años, Brainerd ingresó a la
Universidad de Yale en la ciudad de New Haven (Connecticut). Pasó allí,
tiempos de luchas y altibajos, pero era un tiempo de transición. Dios tenía
preparado cosas para aquel, que por su devoción y entrega fuera luego, de
gran inspiración e influencia en la vida de otros.
En aquel entonces, la iglesia en Estados Unidos se presentaba como moribunda
y decadente. La vida cristiana pasaba por asentir fórmulas teológicas. Ya no
se enfatizaba en el arrepentimiento ni el nuevo nacimiento. Tampoco se
hablaba del pecado o la fe salvadora en Jesucristo. El mensaje se resumía a:
“¡Sea bueno!”
¿Qué cosa tenía preparada Dios? ¡Un Gran Avivamiento en Estados Unidos! Dios
usaría como instrumentos útiles a Jonathan Edwards y a Jorge Whitefield,
entre otros. En ese tiempo de “refrigerio” desde la presencia del Señor,
tomaron fuerza la predicación, la oración, la lectura de la Palabra.
El impacto de Jorge Whitefield y del Gran Avivamiento cambió la realidad de
aquel entonces, y también el ambiente reinante en la Universidad de Yale.
Los grupos de estudios bíblicos y de oración surgieron de la noche a la
mañana. ¡Los estudiantes, entre ellos David, reconsideraron seriamente su
condición espiritual, y muchos de ellos se empeñaron en los asuntos de la
salvación eterna.!
En sus días de estudiante, escuchó un sermón de E. Pemberton, con un mensaje
sobre las oportunidades de la obra misionera entre los indígenas. ¡David
nunca olvidó ese mensaje!
1742 marca el período de preparación para su obra misionera . Obra de
progreso lento. Obra regida por el sacrificio físico, emocional y
espiritual: enfermedad, depresión y hambre. Pero sobretodo fue una obra
realizada mediante la oración y el ayuno.
¡Oh sí , David Brainerd era un hombre de oración, y ocupado de su
salvación!, tal lo refleja su Diario. David escribió:
Lunes 19 de Abril de 1742: “aparté este día para ayunar y orar por mi
preparación para el ministerio. Pedí ayuda y dirección divina, y a que Su
tiempo, me envíe a Su mies. Antes del mediodía, sentí el poder de
intercesión por las almas inmortales, por el crecimiento del reino de mi
amado Señor y Salvador en el mundo…Durante la tarde verdaderamente Dios
estuvo conmigo. Mi alma rogó por el mundo y anhelé la salvación de
multitudes de almas…”
Martes 20 de Abril: “…¡Que el Señor me ayude a vivir más para Su gloria…”!
Miércoles 25 de Abril: “…Pasé dos horas en devoción privada, agonizando
por las almas inmortales… Lo único que quiero es ser más santo, parecerme
más a mi amado Señor…”
Lunes 14 de Junio: “Aparté este día para ayunar y orar, para rogar a Dios
su dirección y bendición en el desempeño de mi gran trabajo: la predicación
del evangelio. Al atardecer Dios me visitó de forma asombrosa durante la
oración. Creo que mi alma nunca antes había experimentado tanta agonía…luché
a favor de amigos ausentes, de una cosecha de almas, , de multitudes de
almas pobres, y de muchos que, para mi concepto , eran hijos de Dios en
muchos lugares distantes. Estuve en tanta agonía hasta el oscurecer que mi
cuerpo se bañó de sudor. ¡Pero Jesús sudó sangre por las pobres almas!
Anhelé tener más compasión hacia ellos”.
Lunes 19 de Julio: “Parece que mis deseos se están cumpliendo desde que
se me separé del mundo, moría a el y me crucifiqué a sus seducciones. MI
alma desea sentirse más extranjera y peregrina aquí en la tierra y que nada
me distraiga…hasta llegar a la casa de mi Padre”
Estas notas y otras del diario de Brainerd revelan, su vida de devoción
hacia Dios. Uno de los mayores predicadores de aquellos días, haciendo
referencia a ese diario, declaró: “Fue Brainerd quien me enseñó a ayunar
y a orar...”
Si 1742 marcó el tiempo de preparación para la Obra , el año 1743, dio
comienzo a la misma.
“Reconozco que soy indigno de ocupar un lugar entre los indios, a donde
he de ir si Dios lo permite …”, sostuvo Brainerd. De todos modos, los
planes de Dios iban a cumplirse.
Su primer período de servicio, fue en Kaunaumeek, New York, donde debía
pasar algún tiempo estudiando el idioma indígena, junto a otro misionero más
experimentado. Pero su espíritu de independencia, lo impulsó a emprender la
tarea solo, aunque desconocía la lengua de los pueblos indígenas y no estaba
aún preparado para la vida entre ellos.
Los primeros tiempos no fueron fáciles. Tampoco los que siguieron. Brainerd
luchó con su tuberculosis, su soledad, su depresión. Luchó con situaciones
difíciles y duras, tal como lo expresara en su diario:
“Vivo en la más solitaria y melancólica soledad…”. “Mi trabajo es
excesivamente duro y difícil. Casi todos los días ando a pie kilómetro y
medio, por los peores caminos…esta y otras muchas circunstancias, también
malas, me rodean. ¡Que el Señor me enseñe a sufrir penalidades como buen
soldado de Jesucristo”. “No tengo un cristiano con quien desahogarme, ni en
quien verter mis tristezas…”. “Hoy no tuve pan, ni manera de
conseguirlo…otras veces paso días sin él…”.
Los primeros tiempos fueron de oración, ayuno y meditación de la Palabra de
Dios. También los subsiguientes.
“ Pasé el día en oración y ayuno. Recibí ayuda en la oración…”. “Esta
noche fue tal mi fervor en la oración y la meditación que no quería rendirme
al sueño…”. Cerca de las nueve me retiré al lugar de costumbre en el bosque,
y allí de nuevo, me deleité orando…”Pasé la noche orando incesantemente…”.
“Pase una hora en oración. Pude derramar delante de Dios mi corazón,
pidiéndole gracia para triunfar…”.
La obra que realizó mediante la oración es maravillosa. Al verse solo en la
profundidad de aquellos bosques, sin saber el idioma de los indios, pasó
varios días en oración. Pasó días enteros en oración para que el Espíritu
Santo le usara poderosamente de modo que aquella gente no pudiera resistir
Su presencia.
Desde Marzo de 1744 hasta el verano de 1745, anduvo predicando en diferentes
regiones y a diferentes tribus. Anduvo errante en montañas y ciénagas.
Estuvo expuesto al frío y al calor del verano. Algunas veces se sentía
descorazonado por la oposición al cristianismo. Otras veces se sentía
alentado. Pero David tenía en claro su llamado y las Palabras declaradas por
Dios: “El fruto del justo es
árbol de vida; y el que gana almas es sabio”.
(Pr. 11:30).
La obra misionera fue desarrollándose con lentitud, durante todo este
tiempo, tal lo expresa el propio David Brainerd: “Dios me ayudó a
argumentar con ello. Estoy seguro que tocó sus conciencias…”. “Les prediqué
por la tarde y noté que estaban más sobrios que antes, pero sin manifestar
nada en particular. Ello dio pie a Satanás para lanzarme al rostro estas
malditas expresiones: “No hay Dios, y si lo hay, no tiene poder para hacer
que los indios se conviertan…”. “Hablé con fervor y preocupación a mis
pobres indios. Me di cuenta que algunos temían que ciertos hechiceros los
embrujaran o envenenaran si abrazaban a Cristo. Dios me ayudó a aconsejarles
que no temieran” . “Al mediodía prediqué a los indios. Por la tarde los fui
visitando casa por casa….”
“Hallé que mi interprete tenia cierta preocupación por su alma. Me dediqué a
orar y ayunar. Pedí que la gracia transformadora se derramara en mi
interprete y tres de los cuatro que tienen interés en su alma…” “Prediqué a
los indios sin poder para llegarles al corazón. Al fin Dios me ayudó a
hablarles con fervor. Mi intérprete se mostró conmovido, y no hay dudas que
el Espíritu de Dios estaba sobre el. Muchos de los adultos se emocionaron…”
El verdadero fruto de la obra de Brainerd se hizo evidente en el verano de
1745, al producirse un avivamiento entre los indígenas.
“Los que sembraron con
lágrimas , con regocijo segarán. Irá andando y llorando el que lleva la
preciosa semilla; más volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”
(Salmo 126:5-6). ¡Así le pasó a Brainerd!. Después de sufrir como pocos,
después de días y noches de fatiga, después de incontables horas de oración
y ayuno, después de predicar a tiempo y fuera de tiempo, el momento llegó.
Aunque dependía de un intérprete, los indígenas respondieron a su
predicación. “El poder de Dios respaldó mi predicación y muchos se vieron
movidos a mostrar interés en sus almas, derramar lágrimas y desear que
Cristo los salvara”. “Era como si todos a una estuviesen en agonía de alma a
causa de querer conocer a Cristo. Cuanto más les hablaba de Dios, de cómo
envió a su Hijo para borrar los pecados del hombre e invitarlos a participar
de Su amor, más intensa era la pena que sentían …””Hoy se convirtieron dos
almas. Después de conversar con ellos largo rato…. Les pregunté que más
esperaban que Dios hiciera por ellos, a lo que respondieron: que Cristo nos
deje el corazón bien limpio…”
“Prediqué a los indios sobre Is. 53:3-10…la mayoría estaba conmovida y
muchos tenían inquietud de alma. Algunos no podían ni caminar ni estar de
pie. Se tiraban al suelo con el corazón herido, pidiendo a gritos
misericordia. Varios despertaron por primera vez y muchos nacieron de
nuevo…”
“Prediqué…. Después al hablar más particularmente con algunos de los que
noté más preocupados, el poder de Dios descendió sobre la congregación como
un gran y poderoso viento. Yo estaba atónito. Casi todas las personas , de
todas las edades se vieron doblegadas de consternación. Ancianos y ancianas
que por años habían sido borrachos y niños de no más de seis o siete años de
edad, parecían preocupados por sus almas…Se habían dado cuenta del peligro
que corrían, de la maldad de sus corazones y de lo triste que es estar sin
Cristo, tal como ellos lo expresaron…”
“Por toda la casa y aun afuera, se escuchaban oraciones y súplicas de
misericordia. Eran casi unánimes; muchos no podían ni andar ni pararse…”
“La joven descubrió que tenía alma. Antes de terminar el sermón noté que
estaba tan convencida de su pecado y necesidad que cual herida por una
lanza, gemía sin consuelo. Después del servicio, quedó en el suelo orando
fervientemente. Me acerqué a oir lo que estaba diciendo y oraba así Ten
misericordia de mi y ayúdame a darte mi corazón…”
“¡Reina el amor entre ellos! Mientras predicaba se daban las manos con
cariño. Muchos de los demás indígenas, al ver y al oír esto, se conmovían y
sollozaban amargamente y deseaban participar del mismo gozo….”
Sin dudas, y tal como lo expresó David Brainerd, ¡era muy conmovedor ver a
los pobres indígenas, que antes clamaban y vociferaban durante sus fiestas
idólatras y sus borracheras, clamando ahora a Dios de tal manera, debido a
su interés en su Amado Hijo!
Poco después de la primavera de 1746, se estableció una iglesia. Siguieron
más avivamientos y después de un año y medio los creyentes llegaron a casi
150. Pero la salud de Brainerd estaba quebrada. Estaba muriendo de
tuberculosis. Su obra misionera llegaba a su fin.
Con sus fuerzas físicas agotadas, consiguió llegar a casa de Jonathan
Edwards, siervo del Señor muy usado durante el “Gran Avivamiento” . Allí
pasó sus últimos meses. Pero a medida que iban disminuyendo sus fuerzas
físicas, su percepción espiritual iba en aumento.
“¡Ya viene la hora gloriosa!. Siempre he ansiado servir a Dios con
perfección. Ahora Dios premiará esos deseos”. “No voy al cielo a estar
mejor, sino a rendir honores a Dios. No me importa la posición que me den en
el cielo, ya sea un puesto alto o bajo; honrar y glorificar a Dios lo es
todo”. “Me consuela pensar que he hecho algo por Dios en este mundo. ¡Cuan
poco ha sido!. Lamento no haber hecho más”.
Finalmente, al amanecer del viernes 9 de Octubre de 1747, David Brainerd
expiró. Tenía apenas 29 años, cinco meses y once días.
Aquel peregrino había completado su carrera. Su vida fue y es un vivo y
poderoso testimonio que Dios puede usar (¡de hecho lo hace!) lo débil, lo
enfermo, lo solitario. Es , también, un testimonio de quien busca y clama a
Dios, día y noche, para realizar grandes cosas para Su gloria a pesar de las
oposiciones. David confiesa: “Mis esperanzas con respecto a cambio en las
vidas de los indígenas probablemente nunca había descendido a un nivel tan
bajo. Sin embargo, fue este el momento que Dios creyó oportuno para comenzar
su gloriosa obra, en un tiempo cuando las esperanzas y los recursos humanos
parecían ir al fracaso. Así aprendí que es bueno, seguir la senda del deber
aún en medio de tinieblas y desilusiones…”
¡David trabajó asociado a Dios. Dios trabajó asociado a David! ¡Uno salvaba,
el otro proclamaba la salvación!
“No me importaba donde y cómo vivía o cuáles eran los sacrificios que
tenía que afrontar con tal de ganar almas para Cristo. Este era el objeto de
mis sueños mientras dormía, y el primero de mis pensamientos al despertar”.
David Brainerd.
Recopilado y adaptado por Ricardo Demichelis.
Bibliografía:
Hasta lo último de la tierra – Ruth A. Tucker – Ed. Vida
David Brainerd – de Oswald Smith – Publicaciones Juventud
Biografías de grandes cristianos – Tomo 1 – Orlando Boyer – Ed. Vida.