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El Culto a Dios
por Daniel Verstraeten
"Grande es el Señor y digno de suprema alabanza" Salmo 48:1ª
En cada ocasión en la que alabamos y adoramos a Dios nos sumergimos en lo que llamamos "Su presencia". Nunca dejamos de estar en la presencia de Dios pero "El mora en la alabanza de su pueblo", se hace vívida, tocante, nos envuelve en una atmósfera santa. Algo real pasa. O Dios "baja" con su presencia o nosotros subimos a esferas más altas. Esto puede ocurrir en cualquier momento. En mi cuarto, en la calle o en medio de la reunión con los hermanos.
Estamos en un tiempo de mucha oferta en cuanto a canciones, conjuntos, nuevas formas y tendencias quiero dejar algunas ideas en cuanto a principios a tener en cuenta en nuestras cultos congregacionales.
1.- El culto es a Dios. Exaltamos su Nombre. Declaramos su grandeza, justicia, amor, misericordia, poder. En las canciones usamos la misma Palabra de Dios. Hacemos salmos con su Palabra .
Animamos a orar a todos, levantar manos, proclamar las verdades de Dios, a tener libertad de arrodillarnos, danzar, aplaudir.
En esta atmósfera espiritual el Espíritu Santo va tomando control de la reunión y toca los corazones, consuela, liberta y hasta... se manifiesta algún demonio agazapado por ahí.
Dos cosas que no hay que hacer:
a.- Comenzar el culto nombrando al diablo o haciendo guerra al diablo. La proclama del Rey de reyes y Señor de señores derriba cualquier fortaleza y hace efectiva su victoria. El nombre de Jesús en las bocas de los santos es una espada que hace estragos en las filas del enemigo.
Opino que la guerra espiritual es un trabajo para otra ocasión en la que los santos se apartan a orar, ayunar, interceder, gemir ante la presencia de Dios.
b.- Comenzar con canciones que hablen de experiencias personales en las que se
usa mucho el pronombre "yo". La mente se va para adentro y primero necesitamos "ver" a Dios y no a nosotros mismos. Una vez que Dios es el centro puedo declarar "mi" amor, mi gratitud, Su gran salvación en "mí".
La tónica general del culto debe ser de alegría. Aún en los tiempos que nos toca vivir el pueblo de Dios tiene que satisfacer a Dios con su alabanza. Pese a todo honramos a Dios. Le ofrecemos "sacrificio" de alabanza. Deberíamos imitar a aquella congregación que de su profunda pobreza dieron más allá de sus fuerzas ayudando a otros que necesitaban también. Cuando doy culto a Dios, Dios lo recibe y lo devuelve para todos. No es que me anulo sino que pongo lo primero, primero: El Señor.