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El culto al Señor
I. El culto al Señor debe ser nuestro gran
objetivo
El culto es el lugar por excelencia donde la presencia del Señor está.
Es verdad que Dios habita con todo su ser en todo lugar. Dice David en el Salmo
139:
“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aún allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”
No hay lugar en donde no esté la presencia de
Dios.
Pero todavía tenemos más. Mateo 28:20 termina con estas palabras:
"...y he aquí yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo..." El
Señor ha prometido estar con los suyos todos los días y hasta el fin del mundo.
Mateo 18:20 también lo asegura:
"Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio
de ellos."
¿Qué necesidad habría de afirmar la verdad de estos dos últimos pasajes, siendo
que Dios habita con todo su ser en todo lugar? ¿Habría necesidad de que aclarara
el Señor que estaría con los suyos, y también que estaría cuando se congregaran
en su nombre?
Es que hay dos cosas distintas. Una es la presencia del Señor que habita en todo
lugar. Otra es la manifestaci6n de la presencia del Señor.
Nos hará bien ejemplificar esto. El Señor estuvo presente en aquella hermosa
cena de Juan cap. 12 cuando "...
Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban sentados a la mesa con él.
Entonces María tomó una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, y ungió
los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos, y la casa se llenó del olor
del perfume...”
Pero también estuvo presente en cap. 26 de Mateo frente al sumo sacerdote
"...más Jesús callaba..."
En el cap. 27 frente a Pilato,
"... Jesús no le respondió ni una palabra, de ta1 manera que el gobernador se
maravillaba mucho."
En todos los casos estuvo presente, pero en tanto que en aquella cena con Lázaro
y sus hermanos Jesús podía manifestar su presencia con toda libertad, podía
expresar el gozo o la tristeza que tuviera abriendo su corazón con toda
confianza, en aquellas otras ocasiones sus labios estaban casi cerrados, su
corazón también: no quería manifestarse a ellos; no tenía libertad ni el deseo
de hacerlo.
El culto al Señor no es una mera reunión. El culto al Señor es mucho más que el
lugar de las alabanzas o la ocasión para ministrar la palabra. El culto al Señor
es por sobre todas las cosas el momento de la manifestación de la presencia del
Señor.
¿De qué hubiera servido la ofrenda de Abel si la Biblia no dijera
"y miró Jehová con agrado a Abel y a su
ofrenda"? ¿O la de Noé si no dijera,
"Y percibió Jehová olor grato...”?
¿O la de Abraham, si Dios no le hubiese dicho,
"...porque ya conozco que temes a Dios, por
cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único"?
En el culto nosotros, como pueblo, ofrecemos nuestra alabanza, nuestra
adoración. Hasta aquí es fácil entender. No solamente nos reunimos para
confraternizar y animarnos en la fe, sino que nos reunimos con plena conciencia
de que tenemos algo que ofrecer, y que por ser algo espiritual, no deja de ser
tremendamente real.
Pero el asunto va más allá. Debemos presentarnos delante del Señor de tal manera
que haya respuesta de aprobación de parte suya.
Es que el Señor no ha dejado reglas sobre el culto. En cuanto a la forma hay
completa libertad porque no existen reglas. La forma no es lo importante. Lo
importante es estar realmente rindiendo culto al Señor, de tal manera que El se
agrade.
Quizás excepcionalmente et Señor nos hará oír su voz audible o dará su
aprobación en forma explícita como lo hizo con Abel, Noé o Abraham, pero con
toda seguridad, si le hemos ofrecido al Señor nuestras alabanzas y nuestra
adoración, y El las ha recibido, sentiremos en nuestro corazón el testimonio del
Espíritu Santo que nos lo hará saber.
El Señor es el agradado en el culto: primero el Señor debe estar satisfecho, y
luego nosotros. Lucas 17:7 habla de nosotros. Nos dice del siervo que a pesar de
haber trabajado duramente en el campo -servicio-, llega de regreso y no se
sienta a la mesa para que el Señor le sirva, sino que todavía el Señor le dice,
"Prepárame la cena, cíñete, y
sírveme hasta que haya comido y bebido, y después de esto, come y bebe tú"
(Menos mal que no se hablaba entonces de los “derechos humanos”, ¿no?).
¿Qué pueblo que ha puesto a Dios en primer lugar, que sabe que por sobre sus
estados de ánimo está su afán por agradarle -servir a la mesa-, no sabe que el
"...después de esto, como y bebe
tú" significa irse a casa rebosante de
la gracia y la bendición de Dios, que siempre es
“mucho más de lo que pedimos o entendemos”?
Cuando el corazón se dispone a rendir culto al Señor, a hacerlo para que el
Señor se agrade, la presencia del Señor, tarde o temprano, se comienza a
manifestar en el culto, y puedo asegurarles, mis hermanos, que una cosa es una
buena reunión con los hermanos, y otra muy distinta un culto en donde la
presencia del Señor se manifiesta.
II. La manifestación de la presencia del Señor
A veces puede ser que la presencia del Señor no se manifieste. Quizás haya
congregaciones que ni siquiera sepan lo que es la presencia del Señor.
Las reuniones se suceden unas a otras. Los cánticos se repiten vez tras vez. La
palabra es predicada, pero el creyente no experimenta esa transformación de la
que nos habla 2a Corintios 3:18:
"Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la
gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen,
como por el Espíritu del Señor."
Pasan los años y vemos congregaciones igual que antes. A veces con nuevos
hermanos que se han agregado, pero aquellos que están desde hace mucho tiempo no
tienen otro cambio que la marca en sus cabellos del paso de los años.
No han podido superar sus problemas de carácter; las diferencias entre hermanos
están bajo la superficie. Se guardan el respeto y -¡menos mal!- guardan una
relación amistosa, pero a costa de grandes esfuerzos.
Está bien que esto pudiera ocurrir al principio; pero de ningún modo con el paso
de los años, que necesariamente deben encontrarnos con profundos cambios. Lo que
antes hacíamos con grandes esfuerzos, ya tiene que fluir normalmente. La
relación entre hermanos no será un suplicio ni una carga, sino un placer.
Recién decíamos que vamos a los cultos para adorar y amar al Señor por sobre
nuestras necesidades. Es que no son nuestras necesidades las que deben llevarnos
al culto, sino la necesidad del Señor. No debemos ser nosotros el centro del
culto, sino el Señor.
Sin embargo, también decíamos que cuando vamos decididos de corazón a dar gloria
al nombre del Señor, cualquiera sea nuestra situación, el
"después de esto, come y bebe tú"
(de Lucas 17) hace que volvamos a casa llenos de la bendición de Dios que, a
veces, incluye la solución de nuestros problemas también.
Pero esta bendición que nos imparte el Señor, no se circunscribe sólo a una
experiencia de gozo o a la solución de un problema, sino que en ese culto, la
presencia del Señor ha seguido su operación de transformación en nosotros.
Esto realmente es lo fundamental. La transformación no viene a nuestro corazón
por esfuerzos humanos, sino por la gracia de Dios que opera en nosotros cuando
podemos congregarnos para mirar "a
cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor...".
La experiencia de gozo, aún cuando la necesitamos en nuestra vida, puede quedar
atrás, pero a medida que pasa el tiempo y en culto tras culto nos vamos
encontrando con la presencia de Dios, la operación transformadora va dejando su
marca en nuestro carácter público y en nuestro carácter secreto.
De pronto echaremos cuenta que las cosas que nos costaban mucho, ya no nos
cuestan más. Tentaciones que nos afectaban, ya no nos tocan. ¡Vamos descubriendo
que Dios nos está transformando
"como por el Espíritu del Señor"!
En el relato de La Odisea, se nos dice que la embarcación tenía que pasar por el
país de las sirenas que con su canto melodioso atraían a los marineros para
luego destruirlos. Ulises, conocedor de la gravedad del peligro, hizo que sus
tripulantes se taparan los oídos con cera para que no escucharan el canto
atrapador, en tanto que él se hizo atar al palo central de la nave. De ese modo
pudo escuchar el canto, pero estaba imposibilitado de seguirlo y ser destruido.
Cuando Dios ha transformado el corazón, cuando el Señor ha ido cambiando el
carácter profundo de nuestra vida, no hacen falta tapones en los oídos o cadenas
para amarrarnos al palo central de la nave, La tentación no hace mella. El
enemigo encontrará que no tiene lugar en nosotros.
III. ¿Marta o María?
Lucas l0:38-42 nos relata la visita de Jesús a la casa de Marta y María. En
realidad fue Marta la que le recibió en la casa, pero María su hermana,
"sentándose a los pies de Jesús, oía su
palabra" . Esta actitud dio lugar al
consabido reclamo de Marta al Señor, y la respuesta de Jesús quedó esculpida
para la eternidad: "Marta, Marta,
afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y
María ha escogido la buena parte la cual no le será quitada."
Hay una falsa antinomia entre servicio y adoración, como si cada creyente
pudiera o debiera elegir ser Marta o María. Sin embargo, no es esto lo que se
desprende del pasaje. Lo que allí dice es que María había escogido la buena
parte, la cual no le sería quitada. El Señor no le recrimina a Marta por su
servicio, sino cómo le sirve:
"afanada y turbada".
Al Señor no se le puede servir de cualquier manera. Hay mucha obra que, según 1a
Corintios 3, será hecha con madera, heno u hojarasca, y esto será quemado por el
fuego de Dios. Pablo dice que cada uno mire cómo sobreedifica.
El siervo necesita conocer la voluntad de su Señor y la voluntad del Señor no se
conoce haciendo cosas "afanados y
turbados". La voluntad del Señor es
conocida por los que escogen la buena parte que, ¡bendito sea Dios!, no les será
quitada.
Pero también a María se le juzga mal, como si toda su vida estuviera allí
inmóvil contemplando a Jesús, rehuyendo servir al Señor. No.
Es verdad que hay gente que ama el misticismo y que no sirve al Señor y hasta
desprecia a los que sirven, pero esto es enfermizo.
Uno de los grandes enamorados de Jesús fue Pablo, y por eso mismo hizo una de
las obras más grandes para el Señor. En esa comunión tan íntima con el Señor, en
esa vida devocional tan profunda, había aprendido a poner los fundamentos (1a
Cor. 3:10). Sabía edificar con materiales a prueba de eternidad.
María sabía que lo más importante en su vida era estar a los pies del Señor. En
el cap. 12 de Juan, ella va más allá. Mientras Marta sirve (ahora parece que ha
aprendido a hacerlo bien, ¡Aleluya!), Lázaro es un testimonio viviente, y María
"tomó una libra de perfume de
nardo puro, de mucho precio, y ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus
cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume".
María ha aprendido más. Ella ahora sabe que lo más importante es el culto al
Señor. Todo lo demás puede esperar. A alguien podría parecerle inoportuno.
Quizás un derroche. Es alguien que realmente no conoce al Señor. El Señor vuelve
a aprobar su actitud: "Déjala,
para el día de mi sepultura ha guardado esto".
Los pobres pueden esperar. Primero es el Señor y, si primero es el Señor,
seguramente los pobres tendrán mejor suerte que la que tienen con los
humanistas, porque las “migajas” que caen de la mesa del Señor son muy, pero muy
grandes (ver Mateo l5:23-28).
Si el culto al Señor es lo más importante, si la presencia de Dios es palpable
en medio de la congregación, esa iglesia será rica en buenas obras, frutos de
justicia agradables a Dios por Jesucristo.
Esas buenas obras podrán ser probadas por el fuego. No habrá temor, “recibirá
recompensa” (1a Cor. 3:14).
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