Alabanza y adoración 1

 
por Marco Biancardi y Massimo Loda

Iglesia Evangélica de la Reconciliación

 

 

En el cielo, Dios está inmerso en un clima de alabanza y adoración. Miríadas de ángeles y otras criaturas espirituales no cesan de rendirle gloria y honor (Apoc. 4:8-11, 5:8-14); tanto que es un acontecimiento digno de notar cuando, por una vez, se hace silencio en el cielo por espacio de media hora (8:1).

Incluso en la tierra, Él desea que la Iglesia reconozca y celebra su majestad, porque quiere habitar entre nosotros, expresando Su gloriosa presencia. Porque Dios "
habita entre las alabanzas de Israel" (Salmo 22:3).

Pero el tipo de alabanza y adoración que él espera de nosotros va más allá de lo que pueden ser nuestros puntos de vista o nuestros patrones. La oración que Jesús nos enseñó es que Su voluntad se haga aquí en la tierra como se hace en el cielo (Mateo 6:10). Y allí, en el cielo, se vive una adoración permanente, que no se limita a determinados momentos del día o semana.

Siguiendo el modelo
Si confrontamos el capítulo 4 de Apocalipsis, donde está descripta la visión de Dios en su trono, con la experiencia del tabernáculo construido por David en Jerusalén para albergar el arca de Dios, cuya organización se tratan en los capítulos 16 y 25 de 1 de Crónicas, vemos muchas características comunes. Incluso en cuanto a los sacerdotes que sirven en el templo, la Biblia dice que los ministros estaban en algo que fue "la sombra de las cosas celestiales" (Heb. 8:5 a). Los santuarios en el Antiguo Testamento son, por lo tanto, la proyección de la realidad que hay en el cielo.

Así como a Moisés fue dada la orden de construir para el servicio de Jehová un tabernáculo de acuerdo con un modelo preciso, el que le fue mostrado en el monte (Heb. 8:5 b), nosotros también tenemos, por tanto, un modelo a seguir cuidadosamente, ya no material, sino espiritual: el modelo celestial, que tiene su proyección en la tienda de David.

Dios quiere que incluso hoy en nuestras iglesias tomemos nota de las cosas representadas en esta tienda. Marcó el comienzo de una nueva era, caracterizada por un nuevo espíritu, que iba a durar para siempre, destinado a sobrevivir al Tabernáculo de Moisés (existente) y al Templo de Salomón que aún no se había construido. Es la expresión de un culto verdaderamente agradable a Dios.

Esta visión era, en muchos aspectos, transgresora: iba en contra de los regímenes existentes hasta entonces, introduciendo una forma de culto y participación espontánea. En la tienda de David, de hecho, a diferencia de la de Moisés, existía sólo el "lugar santísimo", al cual todo el pueblo era admitido y que participaba con gritos de alegría, cantos y bailes. ¡Nunca se había visto nada como esto en Israel!

Se establecieron numerosos turnos de sacerdotes que adoraban sin interrupción, símbolo del sacerdocio extendido a todos los creyentes y de la comunión ininterrumpida con el Padre. Utilizaron todos los instrumentos musicales posibles para producir una música que ya era en sí misma una expresión de alabanza y que acompañaban muchas canciones de alegría que continuamente se componía para exaltar el nombre del Señor.

Durante el reinado de David, las doce tribus se unieron, Sion fue edificada y el arca de Dios finalmente colocada en el lugar justo entre su pueblo: ahora todas las naciones reconocen que el Eterno reina (1Cr.16:30-31). Dios quería darse a conocer a su pueblo y, al mismo tiempo, se expresa a través de su pueblo.

Verdadera adoración
En Israel no hay lugar para el individualismo. Israel era "el pueblo" de Dios. La Iglesia es hoy el nuevo Israel, la nación santa de Dios y, hoy como entonces, la alabanza y adoración son vitales para la vida de la iglesia. Y la alabanza ya no está vinculada a lo que el individuo siente o vive en términos de emociones y sentimientos, sino que se deriva de una clara conciencia de lo que Dios mismo es.

Dios no cambia de acuerdo con lo que tenemos en nuestros corazones. Él es el mismo por siempre y para siempre, y su deseo es recibir de su pueblo la alabanza y adoración que se le deben.

En el cielo, los veinticuatro ancianos que están delante del trono de Dios se postran continuamente arrojando sus coronas a sus pies. Esto es muy importante: la adoración se expresa a través de la muerte a nosotros mismos, la crucifixión de nuestro yo, la renuncia a nuestras propias "coronas" para coronar al Señor Jesús.

Las mismas cosas están empezando a hacerse realidad hoy en la Iglesia: el Espíritu Santo está uniendo a los creyentes de las diversas "tribus" (denominaciones), es decir reedificando a Sion (en el sentido de que está llevando la Iglesia al nivel de santidad y de amor que él siempre ha previsto); el arca de Dios (la poderosa manifestación de su presencia) está volviendo a nuestro medio. Todo esto es sólo el principio, y entre los creyentes de todo el mundo se está haciendo cada vez más fuerte el deseo de ver concretado el reino de Dios en la Iglesia. En Hechos 15:16-17, se hace referencia al tabernáculo de David, que debe ser restaurado como un elemento clave para la salvación de un gran número de personas.

Alabanza y adoración
Ciertamente alabanza y adoración no son la misma cosa. Muy brevemente, podemos decir que la alabanza es lo que expresamos en cuanto a Dios, mientras que la adoración es algo que realizamos interiormente. Se los menciona juntos porque uno produce, y es al mismo tiempo el resultado del otro. De hecho la alabanza, a pesar de ser uno de los aspectos de la adoración, es sin duda una parte muy importante. Cuando le ofrecemos al Señor un sacrificio de alabanza (Heb. 13:15), es decir cuando los labios que confiesan su nombre proclaman con fe su grandeza, su bondad, su justicia y su señorío, es cuando tomamos una mayor conciencia de lo que Dios realmente es, y esto nos lleva a postrarnos y adorarlo.

Es en la adoración que él se revela a nosotros y, así como las cosas terrenales de la vida se ven redimensionadas, su presencia nos llena y nos transforma. ¡Esta es la razón por la que la nueva alabanza, los cantos y bailes deben tener raíz en la adoración! Cuando la alabanza y adoración son verdaderas, no puede terminar con el final de la reunión o culto, sino que continúan en la vida cotidiana y gradualmente la transforman.

Por supuesto, nos corresponde a nosotros cuidar la paz profunda que pone en nosotros, lo que a veces implica muchos cambios en nuestras actitudes y acciones de nuestra vida cotidiana. ¿De otra manera, de qué serviría volver a la reunión y proclamarlo "Señor"? Esto sería adorarle "bajo la ley," incluso si tratamos de imitar el modelo davídico en sus manifestaciones externas.

Es importante, sin embargo, que entendamos el espíritu, que aprendamos a tener el corazón y la actitud de adoración de David, es decir, no "culto" sólo de vez en cuando, sino permitir que el Espíritu Santo llene todo nuestro para que nos convirtamos en verdaderos adoradores (Juan 4:23).


1. Traducido de http://www.riconciliazione.org/oldsite/tdr_arch.htm. Publicado con permiso.